Brissa Málaga

Surfista profesional

La primera ola que corrí en mi vida la encontré en Cerro Azul, en Cañete, al sur de Lima. Había acompañado a mi hermano a sus clases de tabla. Él me prestó un traje suyo que me quedaba gigante. Parecía un papagayo dentro del mar. Me subió en una tabla y me empujó en mi primera ola. Yo tenía siete años. Podría decirse que esa misma ola me trajo a Australia. Hoy, en la mitad de mis treinta, practico todos los días en la playa frente a mi casa en Manly. De cierto modo, nunca me he bajado de esa primera tabla. 

Lo mío con el surf es un amor total. Absoluto. De pequeña, mis papás me decían “tienes que descansar, ir a los cumpleaños de tus amiguitas” pero yo solo quería surfear. Por eso fue tan natural empezar a entrenar a los diez años y ganar mi primera competencia a los doce, en Punta Hermosa. 

Mi primer entrenador fue Magoo De La Rosa quien no solo me enseñó técnica sino estrategia y a los catorce años competí en mi primer Mundial junior. Fue todo muy rápido, como una buena ola. He sido campeona nacional, bolivariana, panamericana y mundial con el equipo peruano de surf.

Pero el momento más importante de mi carrera llegó en 2016, cuando quedé como la tercera mejor del mundo de Stand Up Paddle Surf en Fiji, esa hermosa isla del Pacifico sur que queda frente a Australia, con unas olas grandes, perfectas para mi peso y estatura. Esa fue la competencia que me cambió la vida 

Yo me había mudado a Australia ese año, unos meses antes del campeonato, a estudiar Coach Deportivo en el College of Sports & Fitness (CSF), después de graduarme de Psicología en Lima. Vivía con unas roommates peruanas y, aunque seguía practicando mi deporte, no quería llamar mucho la atención. Hasta que llegó el torneo en Fiji. En ese momento la universidad me becó como atleta destacada y, lo que al principio era un viaje de ocho meses para certificarme, se convirtieron en siete años en Australia… y contando. Ahora doy clases en la misma universidad que me becó y estoy muy cerca de obtener mi residencia. 

Es un desafío enseñar surf y coach deportivo en inglés, pero mejoro cada día el idioma. Muchos de los alumnos vienen de otros países porque este es un certificado internacional y Australia es un gran lugar para los extranjeros. Me fascina lo que hago y es una de las razones por las que decidí quedarme. Soy feliz haciendo lo que elegí. Bueno, también están las playas.  

Me encanta surfear en la parte de Central Coast, en Byron Bay, Crescent Head, Seal Rocks, Boomerang Beach. Toda esa zona del norte me gusta muchísimo. Ya subiendo un poco más, Noosa me pareció espectacular y en Gold Coast hay unas olas increíbles. Tengo hermosos recuerdos de buena parte de la costa australiana porque aquí pude cumplir un sueño que tenía desde niña: tener una van para surfear por las costas del mundo entero. 

A bordo de “YYA”

Estuve ahorrando por cinco años, hasta que vendí el auto que tenía y me compré una Van que era más bien la casa de una colonia de arañas venenosas. Los animales en Australia son otra cosa. Estas arañas eran de una especie muy peligrosa, así que tuve que deshacerme de todas, porque si quedaba al menos una, me podía matar. Sí, ese es el nivel extremo de este país. Lo bueno es que Perú te prepara para todo y a mí me gusta mucho la carpintería, así que prácticamente decidí construir el interior de la van desde cero. 

Con mi amigo Bruce nos juntamos para empezar los trabajos durante la pandemia. Luego se sumó un amigo electricista. Luego otro más que sabía de pintura para autos. Yo les daba clases de surf y ellos me ayudaban a construir mi camioneta. Todo bien australiano. 

Hacer algo con mis manos fue una gran terapia durante la pandemia. Además, me enseñó a ser más paciente, porque cometí muchos errores y soy bastante perfeccionista. Este proyecto me enseñó a no frustrarme y a darme cuenta de que todo se puede arreglar. Además, claro, le puse nombre. Mi van es bien peruana, se llama “YYA”. Para nosotros los peruanos el ya es todo. Es ahorita, este segundo, este minuto. Además, en Australia he aprendido que el momento es ahora y hay que disfrutarlo.

Justo para disfrutar el presente, cumplí mi sueño de recorrer la costa australiana con mi mamá a bordo de “YYA”. En 2022 nos fuimos las dos en una travesía de ida y vuelta, desde Manly, donde vivo, hasta Noosa, por toda la costa hacia el norte. Dormíamos en la van y nos despertábamos al amanecer para ver la playa. En South West Rocks estuvimos en un faro desde donde vimos un arcoíris gigante, salieron las ballenas y luego se nos acercaron los canguros. Todo en cuestión de minutos. Fue alucinante.  

Estuvo soleado durante todo el trayecto, hasta que la última noche se desató una tormenta. Era la tempestad. Estábamos en Newcastle, cada vez más cerca de Manly, pero queríamos pasar una noche más en el camino. Llovió toda la noche. Cuando abrimos la puerta de la van en la mañana había un arcoíris doble que empezaba donde estábamos nosotros. Era enorme. Los arcoíris siempre me emocionan hasta las lágrimas y este no fue la excepción. Estar allí, con mi mamá a quien extraño tanto, en una van que había construido con mis manos: fue el mejor viaje de mi vida. 

En ese momento entendí que todas las decisiones que tomé han valido la pena. Extraño mucho a Perú, pero Australia me ha enseñado a ser independiente, fuerte y a valerme por mí misma. Es un poco como el surf, en el agua estás sola, en tu momento y tienes que aprender a resolver la ola de la mejor manera. Además, aquí puedo estar en el mar todos los días. Trabajo en el mar, me voy a surfear, me voy de campamento a la costa. Pronto me salen escamas.

Texto por Melanie Pérez Arias