Crispin Conroy

Embajador australiano en Chile 2005-2009 con acreditación a Perú, Colombia, Ecuador y Bolivia.

Me encanta comprar tablas de surf en los lugares que amo. En Lima todavía me espera una tabla de surf que es muy especial, porque tiene el diseño de una ola con las banderas de Perú y Australia que hizo para mí el campeón peruano Benoit Clemente Rothfuss, mejor conocido como Piccolo Clemente. La tiene a buen resguardo otro gran apasionado del surf, mi amigo Karin Sierralta.

Yo fui embajador en Chile durante cuatro años, pero tenía acreditación en Perú porque nuestra embajada había sido cerrada durante el primer gobierno de Alan García, así que visitaba constantemente el país.

En uno de esos viajes, en 2008, me acompañó el primer ministro australiano Kevin Rudd para la reunión anual del Foro de Cooperación Económica Asia – Pacífico (APEC). En esa oportunidad visitamos el proyecto que tenía la congregación de monjas australianas de St. Joseph of the Sacred Heart en el Callao para ayudar a las mujeres y los niños que habían sufrido violencia doméstica.

—¿Cuál es el programa australiano de ayuda a Perú? —me preguntó el primer ministro en la terraza de la vivienda humilde que manejaban las hermanas.
—No tenemos. Solo este pequeño proyecto. —le respondí.

—Debemos tener un programa adecuado. Debemos hacer más. Hagamos algo con las mujeres, quizá con microfinanciación. —me respondió. Así nació el proyecto Salta.

Por esos años el gobierno australiano decidió reabrir la embajada de Australia en Perú. Fue algo por lo que muchas personas habíamos trabajado incansablemente y significó un cambio en mi carrera profesional y en mi vida. Australia no tiene embajadas en todas partes. La reapertura en el Perú fue importante, porque demostró que existe una relación amplia entre ambos países.

En ese contexto iniciamos también el proyecto Salta de “Fortalecimiento de la Capacidad Empresarial de la Mujer en el Perú” y fue impresionante. Fue uno de los primeros acuerdos australianos de asistencia humanitaria en América Latina. Se hizo en coordinación entre el entonces Programa Australian Aid para Latinoamérica, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y Mi Banco.

Se inició en el año 2010 y durante cuatro años se formaron a más de 100.000 mujeres para que aprendieran conceptos claves de economía. La meta era que supieran cómo dirigir sus emprendimientos y que ganaran autoconfianza en sus habilidades de negocio.

Buena parte del éxito de Salta fue que logramos diseñarlo en un formato de telenovela. Pero el propio nacimiento del proyecto tuvo algo de melodrama, en el mejor de los sentidos.

Yo solía surfear en la Costa Verde, cada vez que venía a Lima desde Chile. Un día, saliendo del agua, alguien me presentó a Carlos Neuhaus y nos hicimos amigos de surf. Cuando recibí el mandato del primer ministro australiano de retomar la ayuda a Perú, aquella tarde en puerto del Callao, se lo comenté a Carlos y fue él quien me ayudó a poner en marcha todo el engranaje con los otros actores.

También le debo haberme presentado a Karin Sierralta, quien ahora guarda mi tabla de surf peruana como una antorcha, un faro, que me recuerda que debo volver al Perú a cumplir mi sueño de surfear esas olas largas y perfectas de Chicama, en Trujillo. Pronto. Pronto.

Texto por Melanie Pérez Arias