Hermana Irene McCormack

Testimonio del documentalista Luis Enrique Cam 

A pesar de que su caso fue muy sonado y aparece en los informes de la Comisión de la Verdad, nunca se supo el nombre de las personas que asesinaron a la hermana Irene McCormack, monja australiana de la congregación de San José del Sagrado Corazón que vino de misión al Perú durante la época del terrorismo.

Trabajando para mi documental Con el alma en vilo, investigué a los miembros de la policía de la Unidad de Desactivación de Explosivos (UDEX) durante esos años, y en medio de la investigación me encontré con la historia del martirio de la hermana Irene. 

En ese momento el foco de mi investigación era otro, pero ese caso me quedó dando vueltas en la cabeza. Después del estreno del documental empecé a ponerme en contacto con personas que la conocieron, tanto en Lima como en Huasahuasi, donde murió el 21 de mayo de 1991. 

La hermana Irene había nacido en Perth, en el extremo occidental de Australia, en 1938. A los 16 años ingresó a la congregación de las hijas de San José, cuya misión es la pedagogía. Así que estudió Educación y luego Geografía en la universidad. En Australia fue directora de un colegio secundario antes de venir a Perú en 1987. 

Todas las personas con las que he conversado coinciden en que la hermana Irene era una persona muy afable, de sonrisa permanente, que transmitía optimismo, muy servicial. Alguien incluso llegó a decirme que cuando la veía y la saludaba se le arreglaba el día, porque transmitía paz en tiempos de violencia. Estamos hablando de finales de los 80 en el Perú.

En ese momento las hermanas de San José tenían una misión en San Martín de Porres, en Lima; y también en Tarma, en el departamento de Junín, en la Sierra peruana. Su trabajo se concentraba en el distrito de Huasahuasi. Allí canalizaban ayuda humanitaria a través de Cáritas, distribuían alimentos, daban catequesis, ayudaban a los enfermos y preparaban a las personas para los sacramentos. 

El fenómeno terrorista buscaba alcanzar el poder a través de la violencia y el rechazo a toda ideología o pensamiento contrario a sus intereses. Todo lo extranjero era visto como un enemigo. Lo religioso también. Este era el contexto en el que trabajaban las hermanas. De hecho, fueron amenazadas de muerte. 

En el momento de máxima tensión, la hermana Irene viajó a Australia por un periodo corto, pero tras volver a Perú decidió regresar a Huasahuasi donde fue asesinada tras un llamado “juicio sumario” en la plaza del pueblo. Era un modus operandi terrorista de llevar a los acusados a un sitio público, reunir a la población y acusarlos de ir en contra de su ideología. Ese día fueron asesinadas cinco personas: cuatro hombres, entre ellos el alcalde, y la hermana Irene. 

Una de las versiones cuenta que los pobladores no la defendieron, pero eso no es cierto. Trataron de interceder, pero no pudieron hacer nada frente a un grupo armado. 

Cuando Sendero Luminoso entró al pueblo, la hermana Dorotea Stevenson, quien también vivía en Huasahuasi, estaba por casualidad en Lima; pero el Padre Leo Donnolly, un sacerdote australiano de la congregación San Columbano, estuvo en Huasahuasi el día de la muerte de los 5. Después de este suceso las hermanas cerraron el convento.

Más allá del hecho violento, lo que más me ha impactado de esta historia es que ella sabía a lo que estaba exponiéndose, pero igual decidió regresar a Huasahuasi porque la gente necesitaba alimentos, medicinas, incluso una palabra de aliento en esos momentos duros. La vocación de servir de la hermana Irene McCormack está por encima de toda discusión, muy por encima, incluso, de su final trágico. 

Venir desde el otro lado del mundo a ayudar en un país que no es el tuyo, a una población que sufre por la violencia y sacrificar tu vida por lo que crees, morir por tu fe, es la historia de los mártires, pero también es una historia de generosidad y desprendimiento. De hecho, durante la misa de cuerpo presente de la hermana Irene en Huasahuasi, la iglesia estaba a reventar de personas que querían despedirse de esa australiana siempre sonriente que solo quería ayudar. 

Sus restos reposan en el pequeño cementerio de Huasahuasi. Meses antes de su muerte, consciente de las amenazas, expresó que si le pasaba algo quería descansar allí, en tierra peruana. Su hermana, que vino de Australia para el sepelio, respetó ese deseo.

Texto por Melanie Pérez Arias