
Hermana Mary Dwyer
Australiana integrante de la congregación de San José del Sagrado Corazón
Vivo en San Juan Lurigancho en Lima. He trabajado en San Martín de Porres, Pitumarca y Huasahuasi. También conozco Cusco, y la última Navidad, fuimos de vacaciones con otras de las Sisters of St. Joseph of the Sacred Heart y así conocí Cajamarca e Ica. El punto es que nací en Australia pero tengo 28 años viviendo y sirviendo en el Perú.
A mediados de los años 80, sentí el llamado de venir a Perú. Me ofrecí como voluntaria, como todas mis compañeras. Pero debo confesar que al comienzo me sentía muy insegura.
—¿Qué voy a comer? ¿Cómo me voy a expresar? —me preguntaba en el entrenamiento intercultural antes de venir.
Llegué en 1995. En aquella época no hablaba español y tenía miedo a los terremotos. Justo un año después, cuando ya podía expresarme en el idioma me tocó vivir el terremoto de Ica. Fue una experiencia aterradora. Esos dos primeros años fueron realmente desafiantes. En Australia tenía un buen trabajo de profesora, me sentía competente y sabía lo que hacía. Aquí ni siquiera sabía si podía ser de ayuda, pero de alguna manera las personas me hicieron sentir bienvenida.
El español es un idioma muy fácil de leer, porque todo es fonético. De hecho, el lenguaje fue el primer vínculo que construí con el Perú porque después de aprenderlo pude enseñar a leer a mujeres en San Martín de Porres. Esa fue la primera vez que sentí que podía hacer un cambio real.
—Estoy tan contenta, ahora puedo ayudar a mis nietos con sus tareas —recuerdo que me dijo una mujer de 73 años, quien decía que siempre quiso ir a la escuela.
Ella había querido aprender a leer y escribir, pero le preguntó a su esposo si podía hacerlo y él le dijo que no. Un año después de que su esposo falleció, ella encontró la oportunidad de aprender con nosotras y la aprovechó.
En aquellos años, descubrí el gran aprecio que tienen los padres peruanos por la educación de sus hijos. Lo mucho que están dispuestos a sacrificarse para que sus hijos reciban una buena educación. Eso resonó en mi corazón de educadora. En Australia, la educación se da por sentado, pero acá tienen que luchar por ella. Eso ha sido una gran lección para mí.
He aprendido a ser más consciente de mí misma como persona, de los dones que tengo y de las cosas que puedo que cambiar. Un verdadero aprendizaje para mí fue entender lo importante que es para las personas conversar de asuntos personales. Yo solía ir directo al grano, pero he aprendido a conocer a la gente, valorar su tiempo, escuchar sus historias y a ser más paciente conmigo misma.
Si hay algún legado que me gustaría dejar es que la gente se sienta mejor consigo misma, después de haber tenido contacto conmigo. La meta es que todos conozcan su propia dignidad, se sientan orgullosos de quiénes son y desarrollen su autoestima, justo como a mí misma me tocó hacerlo en el Perú.
Otra experiencia muy gratificante también fue ser parte de las Escuelas de Perdón y Reconciliación (Espere) en el año 2010. Se trata de un programa de formación para enseñar a perdonar que surgió en Colombia, a propósito de la época de la violencia y que se desarrolló con la ayuda de la Universidad de Harvard.
Muchos peruanos sufrieron con el conflicto armado, y hay personas que han sufrido por la opresión social y económica. En nuestra congregación, de hecho, perdimos a la hermana Irene McCormack que fue asesinada por Sendero Luminoso. Por eso, insistimos en estas sesiones en lo importante de aprender a perdonar.
De esta experiencia aprendí dos cosas sobre el perdón: que cualquiera que me haya hecho daño es un ser humano que también ha sido herido en el pasado; y que necesitamos aprender a perdonar por nuestro propio bien, no solo por el bien del otro. Quizá que la otra persona ni siquiera reconozca que necesita el perdón, pero si puedo perdonarles, soy libre.
Texto por Melanie Pérez Arias