Mariafe Artacho del Solar

Deportista profesional y medallista olímpica de voley-playa.

Llegué a Australia a los 11 años sin saber una palabra de inglés y ahora tengo una medalla olímpica de plata; una medalla de bronce del campeonato mundial y una familia australiana. A veces miro hacia atrás y me asombro del camino recorrido. Australia me ha dado todo, pero Perú es mi raíz, es lo que soy.

Nuestra historia comienza en los años setenta cuando mi mamá vino a Australia, se quedó diez años y se hizo australiana. Mi hermano nació acá; mi hermana mayor y yo nacimos en Perú, pero fuimos australianas de inmediato. Por eso, cuando mi mamá tomó la decisión de volver a Australia por mi carrera deportiva, solo teníamos que comprar el pasaje.

Se dice fácil, pero fue un gran cambio para nuestra familia. Nos recibió mi tía, a quien adoro, y mi hermano que estaba estudiando acá. Pero mi hermana se quedó en Perú para terminar su carrera universitaria. Separarme de ella ha sido una de las cosas más difíciles que he hecho en mi vida, pero estaba muy emocionada por el futuro: un país distinto, un nuevo lenguaje, una nueva cultura y, por supuesto, mi deporte.

De hecho, como no hablaba inglés, me inscribía en todos los deportes posibles en el colegio. Así hice amigos, porque el deporte tiene su propio lenguaje. Yo había empezado en el volley de salón a los seis años, en el Sporting Cristal de Perú. Era buena, pero mi mamá estaba viendo la foto completa: mis oportunidades estaban en Australia.

De hecho, la primera vez que jugué volley de playa fue acá con unos amigos de mi hermano, ahí mi mundo cambió por completo, dije “esto es”. Se sintió como llegar a un lugar al que siempre perteneciste pero aún no conocias. Fue tan inmediata la conexión, que dos años después de llegar a Australia ya estaba representando al país en el equipo nacional australiano sub-19 que viajó a Polonia para el campeonato mundial. ¡Tenía 13 años!

Empecé a entrenar en la playa de Manly. Era muy duro, entre mis horarios del colegio y el trabajo de mi mamá, pero juntas lo hicimos. Mi tía también nos apoyó mucho en esa época. Mi coach en Manley, Dieter Rohkamper, que era un hombre excepcional a quien quise mucho y sentia una gran pasión por este deporte, le avisó a la Federación Nacional que debían verme jugar. Ellos me llevaron a Adelaide, en el sur, para un programa nacional y así empezó mi carrera como deportista profesional.

El camino a la medalla olímpica

Ser un atleta de alto rendimiento es muy sacrificado. Esta es mi pasión, es mi disciplina, pero también es mi trabajo. Así como la gente va a la oficina, yo voy a entrenar los cinco días de la semana. Sé que soy afortunada porque en Australia el deporte es muy valorado y puedo dedicarme a lo que más me gusta. Cuando esta es tu vida, lo más alto, por supuesto, es ganar una medalla olímpica.

La experiencia en los Juegos Olímpicos de Río en 2016 fue increíble porque fue como jugar en casa. Buena parte de mi familia peruana pudo viajar a Brasil para verme competir y sentía que estaba representando a los dos países. ¡Hasta salí en la prensa peruana! Fue muy emocionante. Aunque no alcancé el podio, ya sabía lo que tenía que hacer para ganar en Tokio.

Sin embargo, Tokio fue un gran desafío porque el mundo estaba atravesando una pandemia. Era bastante distópico competir en estadios vacíos o tomar tantas precauciones de salud. Mentalmente tuvimos que jugar otra olimpiada para manejar la ansiedad, pero los japoneses hicieron un trabajo grandioso haciéndonos sentir bienvenidos y seguros.

Afortunadamente, el volley es un deporte que se juega en dupla. Con mi compañera Taliqua Clancy estábamos muy bien preparadas. De hecho, veníamos de ganar la medalla de bronce en el campeonato mundial, en Alemania, y se podría decir que estábamos en nuestro mejor momento.

A veces repaso en mi cabeza el juego completo contra Estados Unidos, en la final de Tokio. Fue un juego increíble porque entramos al campo sabiendo que ya éramos medallistas olímpicas. Nos tocó quedarnos con la de plata, pero ya estábamos en el podio. Esa sensación es incomparable.

Ahora los juegos de Paris 2024 están a la vuelta de la esquina y, por supuesto que quisiéramos tener una medalla de oro, pero si algo me ha ensañado el deporte, y también la migración, es que no podemos controlar el resultado, solo dar lo mejor de nosotros mismos mientras disfrutamos el proceso.

Cuando mi mamá decidió empezar de cero con cincuenta años para traerme a Australia, no sabía cómo iba a resultar todo, pero fue arriesgada y valiente, como buena peruano/australiana. Siento que yo también soy así porque esos son rasgos muy marcados de ambos países. Los peruanos somos luchadores incansables, por eso tengo la palabra “fuerza” tatuada. Siento conmigo la fuerza peruana, esa garra no me abandona nunca. Además, estoy muy conectada con nuestra alegría, que trato de llevar a todas partes, especialmente en mi vida personal.

Ni en sus sueños más salvajes mi esposo australiano pensó que se casaría con una peruana, es tan divertido. Está encantado de conocer la historia de Perú, la comida, nuestras raíces y encaja perfectamente con mi familia locamente ruidosa como típicos latinos. Ha sido muy agradable ver cómo él ha sido el complemento perfecto, justo por esa manera de ser australiana tan relajada y abierta.

Por eso, ambas esencias viven en mí de un modo muy especial. Me siento muy orgullosa de mis raíces, de mi historia. Hoy puedo decir con certeza que no importa de dónde vengas, si realmente quieres algo, tienes una meta, trabajas duro, lo persigues y no dejas que nadie se interponga en tu camino, lo vas a conseguir.

Texto por Melanie Pérez Arias