
Sonia Guillén
Ex Ministra de Cultura
Cuando volví a Perú después de cursar mi maestría y doctorado en Antropología en Estados Unidos tuve la oportunidad de acompañar al gobernador general de Australia, Sir Zelman Cowen en su visita al Perú. Necesitaban a alguien que supiera de arqueología, historia, sociología y, por supuesto, que hablara inglés. Mi perfil funcionaba y me contrataron para dos semanas de trabajo que nunca olvidaré.
Sir Zelman Cowen era un hombre muy culto, con una curiosidad infinita. Se había preparado para el viaje leyendo a los cronistas, la historia de los incas. Tenía muchas preguntas e inquietudes. En términos de exigencia intelectual, sentía la misma presión que tuve en mi sustentación doctoral. Era un hombre muy afable, de buen trato, pero yo tenía que estar siempre atenta a lo que quisiera saber.
En ese tiempo, además, no había Internet, así que todo dependía de mi formación y mi memoria. Recorrimos Cusco, Machu Picchu, Pachacamac, toda Lima de norte a sur. Fue un viaje memorable. Aprendí mucho y me conecté de manera definitiva con Australia, pues tras esa experiencia, el embajador James Ferguson me llamó cuando se abrió una posición de Research Officer en la embajada. Allí trabajé durante seis años hasta el cierre.
En ese cargo yo funcionaba como una especie de “traductora” sociológica. Me encargaba del contacto con la prensa y de entregarle al embajador un informe cotidiano sobre las noticias en Perú, lo que se escuchaba en los medios y en el ambiente político, para explicarle el país.
Un día me hizo dos preguntas claves:
—¿Cuándo aquí “sí” quiere decir “no”? y ¿cómo lo sabes?
Eso reflejaba muy bien la complejidad de nuestra idiosincrasia.
Como antropóloga fueron unos años muy interesantes y fue lo mejor que me pudo pasar en esa etapa de mi vida, porque de pronto tenía un trabajo agradable, interesante, algunas veces intenso, otras tranquilo, pero que me dejaba el tiempo y los recursos para dictar clases y hacer voluntariado en el Museo de Ciencias de la Salud con el doctor Fernando Cabieses, que era algo por lo que me sentía fascinada y que marcaría mi carrera en el futuro.
Además, viví un episodio digno de algún documental sobre cazadores de tesoros.
Por esa época, un periódico de Lima reveló que un manto Paracas estaba en The National Gallery en Canberra. Entonces, el embajador me comisionó a investigarlo. La instrucción era precisa: si el manto está en Australia y se demuestra que es robado, lo reintegraremos a Perú de inmediato. Así fue.
De alguna manera el manto había sido sustraído del Museo Nacional de Perú y llegó a una galería en Nueva York donde fue vendido a la National Gallery de Canberra como parte de una compra legal de piezas textiles. En el proceso trabajé con Ian Farrington que tenía un proyecto de arqueología en Cusco con la Universidad Nacional de Australia en Canberra. De nuevo, era la época pre-internet así que trabajamos con archivos.
Encontramos la publicación de un especialista en textiles que había estudiado ese manto y lo había fotografiado en el Museo Nacional. Se levantó un informe que se envió a Australia. Se hicieron las comprobaciones necesarias, y en pocos días la pieza estaba de vuelta en Perú. En ese momento Australia estaba viviendo su propio proceso de restitución de materiales de los aborígenes, así que era un tema muy sensible para ellos.
Cuando la embajada cerró, el gobierno australiano nos ofreció visas y cartas de recomendaciones para emigrar. Yo estuve entre el grupo que aceptó la invitación porque tenía familia en Sidney. Mis tíos y primos habían llegado en los 60, así que no estaría sola. Viví dos años en Sidney, transcribiendo textos de dictáfonos a la computadora. Pero extrañaba demasiado mi trabajo arqueológico, así que decidí volver a Perú a trabajar con el doctor Cabieses en el Museo de la Nación y lo demás es historia, pero una parte de mi se quedó siempre conectada con Australia. Estoy muy agradecida con ese país.
Texto por Melanie Pérez Arias